Esta mañana, temprano, como cada día, me senté frente a la pantalla del ordenador. Antes había tomado mi selección de “perlas”, las cuales, como dice el prospecto, irán liberando su droga poco a poco, durante todo el día.
Di a la tecla de encendido y
me puse los auriculares. A veces estoy un buen rato frente al ordenador con
ellos puestos y no me acuerdo de buscar la carpeta de música relajante o
iniciar el Spotify con música de Mozart, Bob Dylan o Leonard Cohen. La atención
se concentra en la paginas de los
periódicos, lo que publican mis contactos en el Facebook, o el inicio de una
conversación en “chat” con algún/a madrugador/a-noctambulo/a, que en nuestro
caso es lo mismo.
Las pastillas-las perlas, al
cabo de un rato producirán un ligero sopor, que ante el ordenador se convierte
en un cabeceo de abuelito con bastón y boina con “pirri”. A veces hay que
volver a la cama y dejar en la almohada el destilado de las drogas.
Hoy, en la aplicación
Messenger, dos contactos tenían el indicativo verde. Me han ganado, han dejado
la cama antes que yo, o no la han deshecho aun. Eso nunca se sabe.
Comencé el dialogo con los
dos al mismo tiempo (he aprendido a llevar hasta tres diálogos, con las
consecuentes metidas de pata, diciendo a quien no toca algo que produce
equívocos difíciles de explicar). Desde un principio he tenido que cortar con
uno de ellos, el otro me recibe con la noticia que a su pareja le han
diagnosticado cáncer de hígado.
Mi amigo/a esta que se
ahoga, su pareja es su gran amor, su apoyo, su esperanza, todo. El Parkinson le
visito temprano, y esos años de convivencia con la enfermedad, esta ha hecho su
camino en sus síntomas visibles e invisibles. La noticia de que su pareja,
ahora a su vez este enferma, no hace más que agravar la situación. Una prueba
más de su resistencia.
-
- ¿Como vas,
buen día?.
- - Voy mal,
pero no por mí, le han dicho a mi pareja que tiene cáncer de hígado y estoy que
no me lo creo.
Pues así es, tengo mucho miedo.
- - Lo
siento, lo siento mucho, no hay derecho, tú ahora eras feliz. No sé quién es quién
nos pone esas pruebas, que nos hacen sufrir y ponen a prueba nuestra
resistencia.
Así ha comenzado el dialogo, siguiendo con aquello de
que ánimo, paciencia y aquí estoy para lo que haga falta.
No me he visto en tan grave noticia, sí que la temí
cuando estaban realizándome las pruebas de lo que luego sería un diagnóstico de
Parkinson. Entonces temí que me comunicaran un tumor cerebral. No lo fue y
respire aliviado.
¿Qué podemos decir?. ¿Qué podemos hacer?. Que alivie,
dé seguridad y reconforte a nuestro amigo o familiar. Yo no tengo palabras, me
siento impotente e inútil.
Yo en su lugar estaría totalmente noqueado. Es un
trago por el que pasan muchas personas “anónimas”, digo anónimas porque ni nos
enteramos de los problemas de nuestros vecinos del rellano, que ni apenas
conocemos.
Pero estoy seguro que cuando la ocasión se presente,
porque nadie esta inmunizado, el enfermo se hace fuerte y cree en su sanación,
el familiar la asumirá y todos aquellos que son verdaderamente familia y amigos
harán lo que no está escrito para aliviar, ayudar y acompañar a los que tan
injustamente la vida se ha ensañado, como es el caso de mi amigo/a y su pareja.
¿Quién establece estas pruebas de resistencia y las distribuye tan desigualmente?. ¿Por qué no se reparte de forma homogénea?.
¿Por qué a caballo flaco no le faltan pulgas?.
Son preguntas que hasta un creyente se hace. No basta
con decir que son pruebas que nos manda Dios. Dios es infinitamente bueno. Así
se nos dice. No puede Dios enviar sufrimiento, no sería justo. A unos tanto y a
otros tan poco. A unos dos tazas de hiel y a otros miel.
No. No puede ser así.
No hay comentarios:
Publicar un comentario